Me gustaba esperar el amor en tu sala, verte tocar la guitarra y tu cabello largo agitándose al sonido de la música rara que tu escuchabas, que transformabas para mí. En ese momento me gustaba sentir que podía morir, porque estaba amando con intensidad.
Ahora, ya no espero el amor, ya no veo tu cabeza moverse, ni tus manos en guitarra.
Ahora veo y pruebo cosas nuevas, cosas reales.
Y lo mejor es que no me nacen las ganas de morir.